viernes, 18 de octubre de 2013

Dedo en la torta

Hoy 18 de octubre del 2013, Año de la Inversión para el Desarrollo Rural y la Seguridad Alimentaria. No me explico porque le ponen nombre a todos los años, simplemente yo lo llamaría “2013” y nada más, porque denominarle con un nombre tan largo…pero en fin, ese no es mi inquietud el día de hoy.


En esta fecha mis oraciones y frases mal sincronizadas vuelven a pasear por aquí para hacer mención de lo que comúnmente nos ha pasado en alguna ocasión, o si no te ha ocurrido directamente a ti; quizá al “amigo de tu amigo”, al vecino de tu vecino o algún amigo de tu primo. De que estoy hablando?, del típico “dedo en la torta”, si, de ese dedo común y silvestre, de ese dedo que tiene la culpa de echar a perder tu fiesta perfecta; de ese dedo que es la herramienta perfecta que algún sucio degenerado se atreve a meterle a tu soñado y tan esperado pastel.

Va! Que exagerada!, deben estar pensando algunos; cuando toco por tema este suceso pasajero y sin importancia, pero hoy no hablaré de la mayoría; sino de mi YO y se ese odio momentáneo que siento cuando veo que alguien le mete dedo a la torta del festejado, les juro mis estimados que siento un odio, una ira, un desprecio casi repugnante cuando hacen eso, así que esta es una advertencia, y si aprecian su vida no se les ocurra hacer eso con mi próximo pastel de cumpleaños, porque los mato!, uno por uno los mato o les hago macumba!. He dicho!.


Evoco esos años de escuela; la tradicional fiesta por el cumpleaños de algún compañero o el día del niño, festividad que era una de las más esperadas en el aula, donde los padres de familia recaudaban dinero para poder organizarnos algo privado en cada salón. El olor de las populares mazamorras, gelatinas y gaseosas o dulces chichas de maíz morado eran parte de las tradiciones infantiles, sin olvidar; claro está, a la canchita. Obviamente, todo eso era secundario, ya que la protagonista era la tan anhelada “piñata” y como no; acompañando al papel principal “la torta”.
Pero, ¿por qué eran siempre las más esperadas?, porque estas mencionadas eran las que más alboroto causaban en las pequeñas almas casi endiabladas, y son tan famosas que hasta tienen su propio hit musical: “que rompan la piñata siii, que la rompa xx siii, que la rompa xx siiii…”, “queremos que partan la torta, queremos que partan la torta…”, canciones que pasaron de generación en generación y quién sabe si seguirán vigentes o alguien se animará a imponer otras letras, aunque pensándolo bien; si he escuchado uno que otro mix de cumpleaños en versión reggaetón maldito. En la actualidad a cualquier enfermo se le ocurren estas cosas para captar masas, a cualquier tarúpido que coja un teclado, hoja en blanco y escriba sonsera y media se le da el título de autor; quieres un ejemplo mas?; YO.

Retomando el tema; si se trata de ser sincera, debo confesarlo; a mí; como a la mayoría de los niños; me encantaba estar presente al momento de romper la piñata, era toda una locura.
Los niños haciendo la ronda y a cada uno se le turnaba el chipote con el que golpeaban el objeto tan ansiado, claro que nadie me va a negar que había uno que otro mocoso degenerado que ya quería arrancar la piñata de un solo jalón o los que se empujan y pelean por estar según ellos en la “mejor posición” para atrapar juguetes.

Pero yo no era de las que se peleaba por esas cosas, a esa edad ya me creía sapaza; explicaré: a todas las fiestas llevaba una bolsa de esas que le regalan a tu mamá cuando va al mercado, la tan conocida “bolsa negra”, la “bolsa chequera”. Sí, llevaba mi bolsa chequera y en cuanto veía que la piñata se rompía; abría mi bolsa debajo de esta y alcanzaba de todo un poco mientras los demás niños buscaban en el suelo, luego caminaba a mi asiento; tranquila, sin ningún golpe causado por todas esas técnicas de judo o esas llaves al estilo de”
smackdown” que se hacían los niños en el piso por conseguir algún dulce o los comunes muñequitos de plástico de un solo color que tenían un huequito en la parte inferior; esos muñequitos de color anaranjado, rojo, verde o amarillo con forma de tanquecito, fruta, oso, perrito u otro animal; en la actualidad; para las piñatas en alguna despedida de soltero o cumpleaños adulto  se han inventado “huevos” y demás juguetes sexuales de plástico para no quitarnos la ilusión a los más grandes.
Es que la piñata nos quita la decencia a cualquiera y nos convierte en neandertales corriendo tras un rinoceronte lanudo.

En mis tiempos los chicos de 5 o 6 años eran muy tímidos para bailar y la fiesta se tornaba algo aburrida; pero no faltaba la mamá animosa, esa anfitriona que te jalaba de la mano y te llevaba al centro de la pista para bailar en pareja, y para los niños súper tímidos; casi antisociales, se usaba la conocida amenaza: “si no bailan no hay torta…”, “si no bailan no hay piñata…”, ese era el ultimátum donde todos debíamos olvidarnos de la vergüenza y muy bien puestos en ambas filas; una de mujeres frente a una de hombres; hacíamos gala de nuestros mejores pasos, los que mayormente no variaban en mover un pie al frente, luego para atrás, el otro pie al frente, luego atrás, un pie al costado y de regreso al lugar, de vez en cuando una tímida vuelta y repetir los pasos otra vez. Cabe mencionar que no faltaba por allí el niño falto de tornillos que se movía como quien tiene ataque de epilepsia, el que bailaba al son de quien acaba de coger un cable pelado, o el que cuando escuchaba salsa movía su cuerpo y manos al ritmo de “Parkinson ilimitado”.
Hoy pienso en todos esos métodos que usaban las mamis para que un niño haga algo; todas esas mentiras y todas esas advertencias que usaban contra nosotros; sobre todo la de la torta; la tan ansiada torta; la más respetada, con eso no se metía nadie,  allí tranquila y colorida sobre la mesa, en el centro de la mesa tan tentadora y anhelada cual fina reina custodiada por los cheetos y caramelos, torta casi virginal y angelical con su aureola imaginaria;  aquella  que en su mayoría se presentaba con unos muñecos sobre ésta; unas muñecas y pequeños juguetes de los dibujos de moda o hasta armazones de castillitos de princesa, adornos que incluso llegaban a ser más grandes que el pastel.
Ah, esos tiempos, recuerdo también una de mis primeras fiestas de cumpleaños; yo allí en mi jardín con mi falda color negro, mi blusita blanca y chompita y corbata roja, esa era yo, tímida con las chicas, una fiera con cualquier macho que me quiera atacar. Un 20 de agosto de  mil novecientos noventa y pico en mi aula con una de mis profesoras favoritas, mis amigos sentados alrededor y mamá; allí con todos los dulces, refrescos y demás bocaditos para lo que sería “mi fiesta”.
Yo era tímida frente a mamá, ella me controlaba con la mirada, era curioso como una mirada podía decírmelo todo, como una simple mirada sin necesidad de palabras significaba un: “siéntate!”, “cállate”, “deja de hacer eso!”, “te voy a sacar la m…”. Era impresionante el uso de miradas de mi madre. La amo.
Los vagos recuerdos de ese día los tengo presente; ella animándome a posar para la foto cogiendo el chipote y posando frente a la piñata en forma de “cono”. Fotos y más fotos, yo haciendo de niña buena y vergonzosa frente a todos; siendo la única protagonista del comienzo de mi historia. Llegó el momento de la foto con “todos mis amiguitos” alrededor de la mesa; yo y mis amigas detrás de mi torta que ese día se lució decorada de crema chantillí y muchas lentejitas de colores, se veía tan especial.
Para no hacer más larga la historia de mi ira; proseguiré aceleradamente.
El escenario era  perfecto; los niños en cuclillas delante de la mesa y las niñas y yo detrás de ésta; todo iba sobre la marcha hasta que de pronto veo que una de mis amigas hunde su “dedito” en la crema de mi torta y sin descaro se lo acerca a la boca para tragarse el dulce, luego coge una lentejita y también se la come. Mi mente se puso en blanco entre el alboroto de mi mami tratando de acomodar la mesa y la profesora poniendo quietos a los niños para la foto, entonces volteo y la miro con odio por haber violado la integridad de mi torta perfecta.
Sé que exagero pero todo cambió ese día, mi torta tenía un pequeño pero notable agujero, con el pasar de los años el odio hacia esa pequeña criatura se me fue borrando y hoy a mi hija le enseño que hay cosas que están mal, sé que no soy tan buena madre como ella y yo quisiéramos que fuera; pero la vida no viene con manual de instrucciones, los errores se cometen pero he allí que estoy siempre tratando de ver lo mejor, tratando de velar por la educación de quien está a mi cargo hoy en día; porque si hace mucho tiempo yo no podía ni con mi propia vida; hoy tengo que ponerme los pantalones y afrontar la vida yo sola para intentar dar el ejemplo de lo que yo no logré ser y de lo que considero mejor. 

----Janet

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